miércoles, 9 de septiembre de 2020

Danza de Cintas; algo más que un sentimiento

Pocos entienden realmente qué se siente al bailar la Danza. No es un baile, no es la ropa, es un sentimiento único e indescriptible.

 Es ir con los amigos (familia más bien y prácticamente en el sentido literal) a la plaza donde nos criamos y revivir historias. 

No historias de cómo nos ha ido el día o cómo jugábamos de pequeños, que también, sino historias centenarias, historias que tienen siglos, desde que se comenzó a bailar allá por 1786.

Sin embargo, el día en que uno se viste, se pone su pantalón rosado, amarillo, blanco o verde, su lazo tan característico, los lacitos y el turbante, un escalofrío nos recorre el cuerpo.

Vemos a los niños bailando, dando cada uno lo mejor de sí mismos, cansados y muchas veces se nos pasa por la cabeza: "este no baila más después de esto, lo dejará seguro". Pero no es así, y ahí están para bailar de nuevo al día siguiente, sabiendo que será más difícil porque ya están exhaustos del día anterior.

Y no solo es nuestro sentimiento como danzadores, sino nuestro sentimiento al ver cómo padres, madres, abuelos/as, vecinos y gente del pueblo nos miran con orgullo. 

"Ahí está mi hijo, ahí está mi nieto...". Cuán fácil es hacer felices a las personas, sobre todo a nuestros seres queridos, con estos pequeños gestos. 

Podremos haber logrado muchas cosas en nuestras vidas (y esperamos alcanzar muchas más), pero una de las que más orgulloso nos sentimos es poder bailar la danza, nuestra danza, y sabemos que será de los sentimientos que más nos acompañarán durante toda nuestra vida.

Kevin Fariña

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